Te escribo esta carta al igual que hice el día 28 de Abril del pasado año cuando perdí a mi querida esposa, y es que hoy siento de alguna forma la misma sensación de pérdida entrañable.
Ante aquella tragedia que me tenía hundido en la más profunda de las desesperanzas, apareciste tú, inesperadamente, sin buscarnos el uno al otro, pero coincidimos y nuestros corazones se dijeron "hola", y se acercaron hasta unirse en una premonición de felicidad.
Nos amamos con desenfrenada pasión, paseamos, nos divertimos como jóvenes en una segunda oportunidad, viajamos por España y Europa con la felicidad y la ilusión que siente una pareja ciegamente enamorada, e incluso como si fuéramos dos adolescentes viviendo su primer amor, colmado de sueños e irresponsabilidades, llegamos a proyectar nuestras vidas en el corto futuro que aún nos queda.
Tú tuviste la energía de tirar de mi y sacarme decidida de mi angustiosa situación, diste nuevo impulso a mis sentimientos, me hiciste ver la luz dentro de la interminable oscuridad en la que me encontraba.
Hoy querida mía, cuando la realidad se nos interpone cruelmente y nos obliga a despertar de aquél sueño, solo tengo palabras de amor hacia ti, de agradecimiento por tu incalculable ayuda, de rogarte sinceramente que me perdones por algo de lo que me considero único responsable, pero que al final las circunstancias han hecho imposible de realizarse.
Perdón también por mi crueldad por no haber sido lo suficientemente sincero contigo.
Me has llegado a decir que estabas arrepentida de haberme conocido, y lo comprendo, sin embargo, yo le doy gracias a Dios por haberme permitido amarte como te amo.
No te digo adiós, me resisto a hacerlo, te digo "hasta otro momento", pues aún confío en que la vida si me permite llegar a tiempo, me dé la oportunidad de demostrarte mi cariño y poderte ofrecer lo que tú realmente te mereces, que será siempre lo mejor.
Hasta siempre Pepi, un beso.
Salvador